martes, septiembre 04, 2012

Este es el diario de Niña Jonás (17)

Esta mañana me desperté con el cuerpo bañado en sudor.
El sol me daba de lleno en la cara, y cuando por fin conseguí abrir los ojos y acostumbrarme a la luz cegadora propia del litoral mediterráneo, pude ver las sábanas azules dobladas sobre la mesita baja.
Por lo visto ayer, agotada por el intenso día de sol, deportes náuticos y paseos playa arriba playa abajo ejercitando los gemelos y el sentido de la vista, me quedé dormida antes de conseguir abrir el sofá cama del saloncito. Aunque puede que algo hayan contribuido a mi estado lamentable de anoche los chupitos con que nos obsequió Ahmed, el camarero del restaurante de pizzas, kebabs, especialidades indias y pollos asados que hay justo al lado de nuestro portal. Con el tequila que tiene en el restaurante no me extraña que sea abstemio.
La superficie del sofá estaba completamente empapada y estuve a punto de encender el aire acondicionado, pero al final me abstuve por aquello de que puede provocar terribles dolores de garganta que sin lugar a dudas derivarán en daños irreversibles en las cuerdas vocales, por no hablar de que son un reducto de polvo, suciedad, bacterias y animales muertos, o al menos esto es lo que nos advirtieron los padres de Sonia cuando esta les pidió las llaves para pasar unos días en su apartamento de Torrevieja, Alicante.
Tuve que ducharme con agua fría, ya que Sonia, siempre obediente a las indicaciones de sus progenitores, apaga el calentador eléctrico cada vez que se ducha para evitar que se produzcan descargas eléctricas en la bañera, y por lo visto se le olvidó volver a encenderlo después.
Calenté un poco de agua para prepararme una infusión de té verde, guaraná y piña, o Té-Silueta, su nombre comercial, y que por lo visto es un gran aliado en la “Operación Bikini” (operación que nada tiene que ver con el lanzamiento de bombas de hidrógeno sobre arrecifes coralinos) ya que favorece la eliminación de grasas y toxinas, provoca diuresis y gracias a su agradable sabor puedes cuidarte sin sacrificios porque te ayuda a conseguir tu peso ideal.
Lo que no me imaginaba al comenzar a tomarlo es que mi peso ideal era 4 kilos más de los que tenía antes de empezar mis vacaciones; creo que en cuanto llegue a Madrid escribiré a los de Hornimans para que se curren un Té-Especial-Eliminación-de-Grasas-de-Bravas-y-Chopitos, aunque haya que sacrificar el efecto diurético, que de eso ya se encarga la cerveza. El caso es que no podría decir si la infusión se caracteriza por su delicioso sabor afrutado, porque el agua del cazo nunca llega a calentarse más de 40ºC, con lo cual merma bastante la capacidad de la bolsita para infusionar, y es que los padres de Sonia nos han prevenido para que no encendamos la placa de la cocina más de tres minutos seguidos y evitar así que salten los plomos y se produzca un incendio.
Menos mal que nos dieron todas estas indicaciones por escrito en letras mayúsculas y entre signos ortográficos varios, con predominio de los de exclamación, y se lo vuelven a recordar a Sonia cada vez que esta les llama por teléfono para decirles que sí, que todo va bien, si no, probablemente ya seríamos carne de portada de la sección de sucesos de algún periódico local.
Mientras las hierbas trataban de cumplir su función en el agua tibia de la taza, coloqué un par de mantelitos individuales en la mesa de cristal de la terraza, dispuse lo necesario para el desayuno y me fui a despertar a Sonia a su habitación, que ya que era nuestro último día en la playa había que aprovecharlo al máximo, y además ya eran más de las doce y media.
Justo cuando me disponía a girar el pomo, la puerta se abrió de golpe y apareció ante mis narices el pecho escultural y rasurado de un chavalote rubio, (estimo que unos diez años menor que Sonia y que servidora), rascándose la cabeza al tiempo que bostezaba y sin otro atuendo que unos slips blancos mezcla algodón y seda con cinturilla verde limón en la que se podía leer: Be GooD Be GooD Be GooD... y ribetes también verde limón alrededor de los muslos y en la costura de la bragueta, cuya abertura, por cierto, y a diferencia de los slips tradicionales, se hallaba en disposición horizontal, lo cual me hizo suponer que se trataba de uno de esos raros ejemplares de calzoncillos para zurdos que sacaron al mercado algunas marcas de ropa interior masculina y que no tuvieron demasiado éxito, porque total, para sujetarte la cola mientras meas tampoco hace falta tener ninguna habilidad especial. Aunque quizá debería haberle preguntado al chaval al respecto, pero me pareció poco oportuno iniciar este tipo de debate cuando aún no nos habían presentado oficialmente, aparte de que no domino ciertos idiomas extranjeros y con el agravante de que aún me encontraba en estado de shock.
Puede que el color de su piel fuera un poco rosa de más. Lo digo por ponerle algún defecto.
“Voy a piss”, me dijo en un perfecto castellano de turista alemán, y yo me aparté para dejarle pasar. Iba a decirle que mejor no encendiera la luz, por lo de que explotan las bombillas, pero no hizo falta porque dejó la puerta del baño abierta y se debió de apañar bien con la luz que entraba por el pasillo.
Me dio tiempo a tomarme una horchata con fartons, dos donettes y una rebanada de pan integral con semillas de girasol y mermelada de arándanos antes de que parara el chorro del joven follador alemán, y al salir del baño y verme sentada en la terraza se acercó. “¿Es que... pueddo?” dijo cogiendo un vaso; lo llenó de zumo de pomelo y se lo bebió de un trago; después agarró unas cuantas lonchas de pechuga de pavo y se las metió en la boca con una mano mientras con la otra cogía cinco o seis galletas de avena con chocolate; se dio la vuelta y se dirigió de nuevo a la habitación de Sonia diciendo “Adiós guapa” (se ve que esta frase la había practicado más a menudo) todo esto en unos treinta y cinco segundos, sin apenas mirarme y sin dejar de masticar.
Me comí dos ciruelas pasas y los fritos barbacoa que quedaban en la bolsa, me puse el bikini (el blanco, el que tiene relleno) y me fui para la playa, no sin antes bajar todos los interruptores del cuadro de la luz, excepto el que pone “Nevera”.
La playa estaba a reventar, pero hoy había decidido no perder el tiempo buscando hueco entre familias bulliciosas, jugadores de frisbee y flanes de arena, sino alquilarme una tumbona y una sombrilla de esas de techo de paja, sin pensar en el sablazo que aquello pudiera suponer. Además pude elegir con comodidad porque, sorprendentemente, la zona de alquiler de tumbonas estaba prácticamente vacía; solo había un par de chicas haciendo topless con unos originales cubrepezones en forma de hoja de marihuana, un señor comiendo patatas bravas de un vaso de mini de plástico transparente y al que no le hubieran venido mal también un par de cubrepezones, y un poco más lejos un tipo que me sonaba un montón; al principio pensé que podía ser un vecino de la urbanización en la que estamos alojadas, pero luego caí en que era alguien que alguna vez hizo algo en la tele, aunque no conseguía ubicarlo.
No quería mirarlo demasiado porque me pareció que se estaba empezando a mosquear, de hecho él tampoco me quitaba ojo de encima; el caso es que en un momento dado el tío se incorporó en su tumbona, mirándome desafiante a través de los cristales verdes de sus gafas de sol, y al cabo de unos segundos que me parecieron interminables se levantó con parsimonia, avanzando lentamente hacia mí, con una templanza que hacía suponer que el tiempo se había detenido en la playa de La Mata; solo le faltaban las botas vaqueras para parecerse a Henry Fonda en Hasta que llegó su hora, sobre todo porque después de dar cinco pasos con los pies desnudos tuvo que ir acelerando la marcha para al final acabar dando saltitos de puntillas y evitando en la medida de lo posible el contacto con la arena, ya que estaba abrasando.
Por otra parte entiendo que no se calzara, porque un vaquero en chanclas pierde mucho, y al llegar a mi tumbona se sentó en ella dejando colgar los pies con una mueca de alivio y me preguntó si era la primera vez que venía a esta playa, porque nunca me había visto por allí. Yo pensé que dado que esta playa la visitan diariamente unos cuantos miles de personas, el hecho de no habernos encontrado antes tampoco era tan excepcional, pero antes de que pudiera abrir la boca el tipo me hizo un gesto con la mano para que me acercara más a él y me dijo en un tono confidencial, casi susurrando, que tras dejar su programa se había dejado barba y patillas para pasar desapercibido, pero que como vio que yo le había reconocido pero no me atrevía a ir a saludarle, se acercó él a mí para no quedar como uno de esos famosos que van de sobrados.
Me preguntó que cómo me llamaba y se lo dije con la esperanza de que él hiciera lo mismo y me revelara por fin su identidad, pero no lo hizo, supongo que dando por hecho que no era en absoluto necesario y me dio dos besos en las mejillas haciendo chocar sus Ray-Ban contra mis Oakley.
A todo esto, y mientras el tipo hablaba con una verbosidad inquietante, yo asentía rebuscando entre mis recuerdos televisivos e intentando imaginármelo sin barba, por si en algún momento me preguntaba algo sobre su programa, y por fin conseguí visualizarle como presentador en un espacio de entrevistas que ponían por la noche, creo que en La 2, incluso me estaban viniendo a la memoria algunos de sus pintorescos entrevistados cuando le oí decir que había acabado muy quemado del concurso (¡¿concurso?!) y que por eso no había vuelto a hacer televisión en los últimos tres años a pesar de haber recibido tentadoras ofertas de diferentes cadenas, además de que estaba bastante a gusto con su negocio de loterías, dijera lo que dijera Roberto, y entonces pensé que se me daba fatal jugar a Mr Potato con la imaginación, porque al volver a mirarle estaba claro que aunque sea por la edad el tipo no podía ser Jesús Quintero, pero claro, tenía que quitarle también las patillas y por fin se hizo la luz y me vino a la cabeza la sintonía y la dinámica del concurso mientras me comentaba que a pesar de lo que me acababa de explicar de Montecarmelo no descartaba volver a casarse algún día, pero que en cualquier caso le interesaba mucho mi opinión, y de repente va y me pregunta “¿Tú que harías en mi lugar? ¿te desharías del pazo?” así, a traición; yo confiaba en que siguiera hablando sin esperar mi respuesta, como parecía que era habitual en él, pero en vez de eso se quedó mirándome expectante durante un rato larguísimo, con los ojos muy abiertos tras sus gafas verdes, era como si de pronto se le hubieran acabado las pilas, así que le dije que iba a reflexionar mi respuesta dándome un chapuzón y le dejé sentado en mi tumbona, con los pies colgando y mirando al vacío.
Después de un buen rato brincando entre las olas me empezó a entrar hambre, pero no me atreví a salir hasta que vi a Quique Iborra, el expresentador parlanchín, montado en un plátano hinchable arrastrado por una lancha motora. Tenía que darme prisa en salir del agua, secarme un poco y ponerme los shorts para ir al chiringuito, porque la atracción solo dura quince minutos y ya estaban remolcando el plátano hacia la orilla.
Tuve que esperar un buen rato hasta que se quedó una mesa libre; pedí una cerveza y le dije al camarero que si por favor me podía traer la carta para pedir unas raciones. Me dijo que lo lamentaba mucho pero que hoy se habían visto desbordados por una excursión de turistas suecos que venían de Elche y que solo les quedaban hamburguesas o la “Fideguay” de Paellador.
Me trajo la carta de hamburguesas y me explicó que la Trovador y la Super Charlie’s estaban agotadas, y que me podía hacer la Especial con Huevo pero sin huevo porque el camión que trae los huevos había tenido un accidente a la altura de Benijófar, por suerte nada grave, pero que en compensación podía ponerme extra de queso o más pepinillos. Le dije que prefería el queso y que el beicon estuviera muy hecho, que me gusta crujiente, y se marchó para dentro después de ensuciar la mesa con la bayeta.
La mesa contigua a la mía también se quedó vacía y la ocuparon cinco tíos; cada uno llevaba una camiseta de un color diferente, concretamente rojo, verde, amarillo y azul, excepto el quinto, que tenía el torso desnudo y que supongo que sería el dado.
Pero lo que más me llamó la atención no fueron los colores de las camisetas sino los mensajes que tenían escritos; la azul decía I say no to drugs but they don’t listen y la roja ponía I don’t have to pee in a cup to prove I do drugs, lo cual me hizo suponer que eran cinco amigos ingleses amantes de las drogas; pero luego vi que la camiseta amarilla llevaba inscrita la leyenda: I take Aspirin for the headache caused by the Zyrtec I take for the hayfever I got from Relenza for the uneasy stomach from the Ritalin I take for the short attention span caused by the Scopederm Ts I take for the motion sickness I got from the Lomotil I take for the diarrhea caused by the Zenikal for the uncontrolled weight gain from the Paxil I take for the anxiety from Zocor I take for my high cholesterol because excercise, a good diet, and regular chiropractic care a just too much trouble, y entonces pensé que podían ser cinco amigos ingleses amantes de las drogas, sí, pero siempre que estas no se consuman bajo prescripción facultativa; pero cuando vi que en la camiseta verde, que por cierto, contenía al más guapo, se podía leer Just say NO to drugs, y me estaba diciendo a mí misma, “vale, son 5 ingleses”, el que no llevaba camiseta se plantó una gorrita de visera con la inscripción: Dime con quién andas y si está buena me la mandas mientras se levantaba para decirle al camarero que me estaba trayendo la hamburguesa: ¡Chaval, tráenos una jarra de sangría, bien grande y bien fresquita! Y es entonces cuando por fin se hizo evidente que eran cinco tíos que se han juntado para no tener que llevarse un libro a la playa.
Le di un mordisco a mi hamburguesa, pero le faltaba ketchup y en la cestita de los aliños de mi mesa solo quedaba salsa rosa, así que pensé en aprovechar la ocasión para establecer relación con los componentes de Parchís, a ver si había suerte y me podía comer a la ficha verde.
Les pedí el ketchup, me ofrecieron la cestita muy amablemente y pasaron totalmente de mi culo.
Me estaba empezando a deprimir pensando que estaba perdiendo facultades a una velocidad alarmante, en cuestión de pocas horas, porque ayer mismo me pareció que varios tíos me miraron lascivamente mientras paseaba por la playa, vale que la mayoría tenían más de 65 o mujer y niños, pero joder, que a ninguno de los cinco les interesara lo más mínimo... claro que a lo mejor eran gays, pero no parecían gays y en esto no suelo equivocarme, y entonces oí un acento como de Orihuela que decía, “Niña ¿te quieres sentar con nosotros que estás ahí muy sola?”
Me levanté rápidamente agradeciéndole la invitación al de amarillo y me hice un hueco entre Azul y Torso Desnudo para sentarme frente al guapo, y entonces pensé que a lo mejor tenía que haberme hecho de rogar un poco porque parecieron bastante sorprendidos de que aceptara así de rápido, sin tener que suplicarme o hacer el payaso antes de conseguir que yo accediera a acoplarme a ellos, pero es que veía que se me acababan las vacaciones sin nada de lo que poder presumir cuando volviera a Madrid.
Como se me acababa de terminar la cerveza me echaron sangría en la copa vacía y brindamos por el veranito y las chicas guapas, esto último a petición de Rojo, que en realidad se llamaba Octavio y tampoco estaba nada mal y por tanto no había que descartarlo como segunda opción.
El de amarillo, que se presentó como Alberto pero al que todos llamaban Tito, se enzarzó en una discusión con Flavio, el de la gorra, que comenzó con un inofensivo debate sobre la cantidad de fruta que tiene que llevar la sangría para ser digna de recibir tal calificativo, y que fue derivando en un enfrentamiento cada vez más acalorado acerca de la teoría de la NASA de que Sodoma y Gomorra fueron destruidas por un bombardeo cósmico, y que solo la desintegración de un cometa en la atmósfera de la Tierra y la consiguiente lluvia de azufre ofrecen una base científica suficientemente sólida ante el hecho de que la mujer de Lot se convirtiera en estatua de sal, y la cosa se fue calentando hasta el punto de que casi tuvimos que separarlos cuando ambos mostraron su obstinada incompatibilidad de pareceres ante la insinuación de Flavio de que solo las investigaciones de Freud en la Viena de principios de siglo pueden ayudar a explicar el desgarramiento en la obra literaria de Proust ante la negación de aceptar su propia sexualidad.
Claudio, el que llevaba la camiseta azul y que, por cierto, tartamudeaba ligeramente, pidió tiempo muerto y propuso pedir unos helados para relajar un poco el ambiente, pero el camarero nos dijo que no quedaban helados, que se los habían comido todos los suecos de Elche, y César, el guapo, se ofreció a ir al quiosco del paseo a comprarlos y me preguntó si quería acompañarle.
A mí se me debió de poner cara de imbécil, no solo por la sorpresa ante la magnífica ocasión que acababa de presentárseme, sino porque en ese momento estaba chupando una raja de limón, pero César pareció no darle importancia y me dirigió una sonrisa tan increíble que a punto estuve de desmayarme, y menos mal que no lo hice, aunque de vuelta a Madrid me sentí un poco culpable por haber dejado a sus amigos sin poder disfrutar de sus Calippos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

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